¿Y tú? ¿Quieres tener hijos? Esa pregunta, que parece tan sencilla, encierra mucho más de lo que aparenta. A veces viene desde el cariño, otras desde la costumbre, pero lo cierto es que cuando eres mujer y estás entre los 30 y 40 años, se convierte en una constante que pesa. Pesa porque la presión social en esta etapa de la vida se hace muy presente. Nos vemos obligadas a dar explicaciones, a justificarnos, a responder cuando quizá ni siquiera tenemos una certeza interna. Tener hijos o no tenerlos es una decisión personal, íntima, y tan válida es desear ser madre como no querer serlo. Ambas posturas merecen el mismo respeto.
Lo que pocas veces se tiene en cuenta es que detrás de esa decisión puede haber mucho más que una simple elección. Puede haber dolor, sufrimiento, caminos difíciles, renuncias o simplemente otros planes de vida. No sabemos en qué situación está esa persona ni qué ha vivido para llegar a esa postura. Y en medio de todo eso, la presión social se siente, cala, agota, sobre todo cuando se repite una y otra vez. He aprendido que es necesario poner límites, cuidar nuestro espacio, proteger nuestras decisiones. Porque sí, estas preguntas, por más normales que parezcan, pueden generar una carga emocional muy grande. A mí me ha pasado, y sé que no soy la única. ¿Te ha pasado a ti? ¿Cómo te ha hecho sentir?
Y si ya tienes un hijo, viene la siguiente pregunta: ¿y el segundo, para cuándo? Esta frase también está cargada de suposiciones que duelen. Se repiten ideas como que los hijos únicos son más egoístas, que no saben compartir, que se aburren o que se sentirán solos en el mundo. Pero la realidad no siempre funciona así. Hay personas con hermanos que también son egoístas, que se sienten solas y que no saben compartir, a pesar de no haber crecido solas. Y también hay hijos únicos con una gran red social y familiar, que son generosos, que no se aburren y que no se sienten solos.
Las relaciones entre hermanos a veces se idealizan y generan expectativas que no siempre se cumplen. Se nos vende la imagen de una familia perfecta, con vínculos armoniosos, pero eso no es una regla. La presión social sobre cuántos hijos deberías tener es real, pesa, duele y en ocasiones hasta enfada. Porque volvemos al mismo punto: nadie sabe qué hay detrás de la decisión de una familia, qué circunstancias, qué historias, qué límites. Las generalizaciones hacen mucho daño. Crean estigmas sociales completamente irracionales, que solo aumentan la culpa o el juicio hacia decisiones personales.
Hoy elijo aceptar y abrazar lo que la vida me trae. Y también elijo hablar de esto, porque muchas veces se calla. Compartirlo, decirlo en voz alta, es una forma de cuidarnos entre todas.
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